Hoy he tenido uno de esos extraños días con comienzos inciertos y finales dudosos. Aún no sé cómo catalogarlo, sólo sé que ha estado lleno de pequeñas y constantes emociones, ¡y grandes encuentros!
Las tres de la mañana y ya despierta. Llevo días así. No descanso bien. Estoy físicamente dolorida, apáticamente tocada y emocionalmente hundida. (El «acorazado» está tocado y hundido. Ha caído: M-10)
A las siete suena el despertador. ¡Mierda! Hacía media hora que me había dormido.
Son las nueve ya y estoy de celebración con unas amigas. Una forma nueva y original de comerte un trozo de tarta me provoca una sonrisa, sorbiéndola como si fuese un líquido tragado por una pajita mientras la sostengo en mi mano por medio de una servilleta. Unos abrazos, más risas y las fotos para el Facebook. Mientras entablas conversación, va apareciendo más gente. Algunas son especiales, otras entrañables y otras, simplemente son.
Avanza la mañana y aparece el agobio del trabajo, el estrés. Hay exceso de ruido y tensión pero a pesar se todo el bullicio, logro el objetivo. Acabo la tarea. «¡Estoy cansada!»
Quiero irme a casa, necesito descansar. Tengo médico luego y la tarde se presenta también movidita. De repente una brisa fresca entra en la habitación. Trae con ella un viejo recuerdo, un aroma, una preciosa estampa y permaneces quieta esperando que sea rápido y fugaz, que no se me vea, piensas, aunque por dentro estas deseando algo distinto (parar el mundo en ese momento congelando todo movimiento a tu alrededor y quedarte a solas, como si de un fotograma de película se tratara, para besarle, decirle que guapo está y que aún le quieres)
Disimulas como puedes e intentas cerrar la ventana que ha traído ese aroma a nostalgia, ese olor a ti.
¡Salgo huyendo de allí! No quiero cruzarme contigo pero estas ahí, como esperando por mí y miras a través del espejo interior de tu coche y encuentras mi mirada…¡Aún quema, aún duele!
Llego a mi espacio y descanso. Mal me alimento, sólo calmo a mi estómago que hace rato que me grita.
De nuevo en marcha. Médico. Toca esperar pacientemente para ser atendida. Mientras el excesivo aire acondicionado enfría las ideas, vuelven a aparecer las dudas que creí haber dejado atrás. Cientos de preguntas y de sentimientos afloran. Comienzo a escribir: Al desconocido, al amigo, al que me quiera o al que me odia, al olvidado, al desengañado y al encontrado, a todos ellos. Sean o no algo en mi mundo, quiero gritarles, quiero expresarles, quiero…¡quiero locamente! Quiero y siento tanto que no haya nadie al otro lado. Siento que se pierde de mí un gran torrente de energía por no tener con quien compartir, por no saber, por no decidir, ¡por no,…no elegirme como su batería! (Se me agota mi móvil por cierto…)
De vuelta a la realidad descubro que en breve he de enfrentarme a una terapia llamada psicología. He de afrontar mis miedos y supongo que a mi, y no sé si estoy dispuesta. ¿Quiero? ¡Qué hablo, que digo! No puedo descubrir mi verdad. (Sí con ello ganara en tenerte lo haría, pero no es así)
Regreso al lugar donde ésta mañana se llenó mi alma de aire fresco y, …allí volví a verte. ¡Algo me dice que no es casual! pero me centro en lo mío y sigo. Tú haces lo propio, y te vas.
Avanza la tarde y dos nuevas amigas hacen su aparición. Agradable es el momento. Reímos y charlamos de prisa, contándonos todas juntas, atropellándonos unas a otras, cientos de cosas y de repente, «vuelves». Y te quedas allí, sorprendido, en silencio, ¡me buscabas!, lo sé. ¡Pero no estaba sola! Saludas amablemente e inicias conversación con ellas pero empiezas a enrollarte como si no tuvieras prisa. Te relajas y te pregunto, ¿a que has vuelto, quieres algo?. A dejar los «taper», tú siempre machacándome, contestas, me estoy enrollando lo sé, ya me voy.
Llega la hora de mi cita psicológica. Mis amigas se van y yo, empiezo a enfrentarme a mis miedos…
Y terminó la sesión….
Y me alejo con mis pensamientos, y de nuevo, ahí estás. Por si no tuve bastante con la brisa de la mañana, llega la de la tarde, sólo que ésta vez realmente hace frío. Tú o yo, que más da (aunque me inclino a pensar que eres tú), hemos provocado un leve encuentro a solas para descubrir, para notar, para sentir entre cuatro frías y minúsculas paredes de metal, de éste cacharro que sube y del cual esperas que se atasque, que aún tú también sientes algo por mí y eso, amor, me ha dolido mucho…porque no entiendo, no entiendo, por que no estamos juntos. Cruzamos dos o tres escuetas palabras con miradas furtivas llenas de deseo, sintiendo como se enrarecía el aire. Subes conmigo hasta el segundo y cuando se abre la puerta, me dejas pasar. Un leve contacto me estremece. Me adelanto unos metros por el pasillo, éstas a mi lado pero oímos una voz familiar para ambos y cuando giro la cabeza, no estás. ¡No sé! Pero algo me dice que no ibas en esa dirección.¿Por qué subiste conmigo a aquel ascensor si no ibas a ningún lugar?
Y llego a casa ocultando mi rabia y mi dolor. Agotada, vuelvo a mal comer y llena de lágrimas termino escribiendo,…que no soy tan dura, que necesito ayuda, que te quiero y que necesito olvidarte.
Hoy he tenido uno de esos días en el que he vuelto a mirar tus «En línea»…para ver que tú estabas también ahí y en silencio sin decir nada, nos lo hemos dicho todo, apareciendo en el juego nuestra vieja clave y cambiando momentáneamente nuestros perfiles como para saber que estabamos cada uno al otro lado.
Hoy he tenido uno de esos días en el que todo lo que había conseguido, ha vuelto para recordarme que aún siento por ti…
…son las 22.50 de uno de esos días.
Maribel Díaz
.