…CONTINUACIÓN…
…y espiar con cautela.
En la orilla donde permanecía la sombra, se encontraban Juana y su hermana Alfonsa, dedicadas a los remiendos y zurcidos de la ropa necesitada. Vicenta y su prima Rosario habían comenzado a extender las sábanas y colocaban todos los enseres del condumio, así como los trastos «pa»echarse un ratito después de comer. Cha María por su parte, organizaba los cacharros «pa»la faena del potaje con la comida que cada una había agitado hasta aquel rincón y la peya con la que embostar. Por aquella época, no era mucha la cantidad, pues era racionada con cartilla, a razón de una o dos cucharas en azúcar, café o sucedáneo, judías, aceite, fideos, en fin lo que los reales y perras pudieran pagar.
Al otro lado, donde el sol ya tendía risueñamente sus rayos desde hacía rato, las más jóvenes del grupo, y con sus refajos bien arremangados, se jartaban a chismes y risas mientras restregaban los paños contra aquellas piedras. De esa parte estaban, Tomasa, Isabel, Engracia, Soledad, Jacinta, Peregrina y mi madre. También las acompañaban mis primas Lola y Julia. Una de ellas en edad casamentera y con pibe que la pretendía. Llegamos justo cuando comenzaban a darle al palique entre chanzas, consejos «pal» bodorrio y la futura noche de boda. Era menester obligado que el padre de la moza regalara el convite y del novio se esperaba, casa, dineros y buena dote sino de propiedad, sí de hombría «pa»bregar.
Aún quedaba lejos el momento de celebrar, pues Julia quería llegar con todas las labores bien aprendidas. Estaba allí con el propósito de aprender las lecciones que las mujeres mayores conocían bien. Lavar las prendas en aquellos parajes no era fácil ni se hacía a la ligera: frotar en demasía contra la piedra podría provocar descosidos o rasgones innecesarios; exponerlas en lugar equivocado «pa»que se secaran acarreaba algún que otro disgusto, pues patos habían con cagada insolente y otras aves también, amén de lagartos, ranas, ratas y otras alimañas que sin reparo alguno dejaban su opinión o hurtaban como urracas las ropas «pa»sus nidos. Muy importante también era la lección ha tomar en la orilla de enfrente donde de manos de Juana y Alfonsa se aprendía a aprovechar la ropa hasta que ya no servía más que de ataduras «pa» algún fardo y por supuesto, la principal, observar a la experta Cha María como improvisaba un fogón rodeado de toniques donde hábilmente era colocada la leña que los chiquillos recogíamos y que servía para cocinar aquellos pocos alimentos y unos fiscos de buenas hierbas recogidas por los alrededores, que ella bien conocía, «pa»conseguir el toque del buen guiso. Entre todas habían llevado algo y entre todas saborearían el mejunje de aquellas manos laboriosas.
Era probable que muchas de las cosas que se hablaban, se nos escaparan o confundieran por el eco producido en la zona, pero algunas confidencias nos llegaban a los oídos aunque la verdad más de una incomprensible para nosotras, vamos, un reburujon de palabras. Parecía que hablaban en otra jerga, pero una cosa nos quedó clara: no podías casarte si no llevas bragas rojas, algo prestado, roto o descosido y algo azul. Debía de tratarse de algún pacto o compromiso que no acertábamos a comprender.
-Has de saber que hoy en día no están tan mal las cosas -le decían a mi prima-. Ahora hay más facilidad «pa»todo. Tienes la posibilidad de ir a la escuela y aprender un oficio. También hay cosas que te ayudan «pa» no preñarte. Aún estás a tiempo de aplicarte, no deberías casarte tan joven. Aprovecha tu tiempo que eres buena moza y no te dejes encandilar con el primer machango que se te pegue, pues todos buscan lo mismo.
-Pero como le dices esas barbaridades mujer, chiquita chafalmeja eres -le contestó mi madre-. Deja que sea ella quien decida. Muchas de nosotras no pudimos y decidieron unos pedazos de tierras, aunque una cosa te digo. ¡Qué no me entere yo que anda tu padre metido en negocios casamenteros porque hasta ese día será mi hermano! ¡Carajo!
También nos quedó claro como el agua que alongarse en exceso trae consecuencias y que para espiar debes ser una buena alpispa ya que tarde o temprano, en nuestro caso más temprano de lo esperado, fuimos pilladas como dos guanajas. Acabamos el día de los juegos y festejos preferidos aprendiendo a lavar nuestra propia ropa, como así nos sucedió a Marta y a mí.
Y de aquella apartada torre, nos hicieron bajar y fue Cha María la «bienhechora» de tal menester. El resultado de tal atrevimiento, fue que como por arte de magia, pasamos de estar en un domingo de risas y juegos, a un día cualquiera en un aula de la escuela con la maestra de la tradición, de las costumbres olvidadas por lo moderno, del saber estar y del comportamiento.
Costumbres que habían y te contaban con la paciencia del relato pausado, el de los matices, el que pone los puntos sobre las íes. Aquel que narrado por rostro de pellejos de odre, de voz calmosa que te da los años, te cuenta:
«Qué es costumbre sentarse al caer la tarde a la puerta, dejando pasar la «fresca», que no a la entrometida, mientras se charla con la vecina y se detalla con todo lujo de explicaciones exageradas, toda la jornada que ha acontecido el día, pues prisa no hay; y con el buen menester de la observación, sin perder los modales del arte de fisgonear, del caminante que pase por los aledaños, sea éste lugareño o foráneo, no es que importe quien sea, sólo es mero tema de conversación pa llevar a la mente y sin quitar el saludo, que nos sirva de deleite pasajero mientras la noche avanza y así engañar a tus tripas que hace ya un buen rato te gritan y solo las endulzas con un agua hervida de hierbas.»
«Que es feo en una señorita, no mostrar su rostro alegre y joven, cuando en faena de golizneo se encuentra, pues los espías son gente de guerra y es quehacer de utilidad de los mayores, pero no en ocultación sino de frente y sentado a su vera; la maestría y el respeto que se debe tener «pa»escuchar, si se quiere aprender, y que mientras todo acontece, se aguarda sin temor a que llegue la parca con su guadaña y sesgue la mies, que trigo se requiere «pa» los mozos fortalecer, ya que no se aprende con barriga vacía, y tallo viejo hay que cortar.»
«Ansina pues, niñas de vuestras madres, escuchad su historia, es mejor que cualquier libro. Te enseñan los valores que realmente importan, y los cuentos son cuentos, pero no si escuchas el relato de la voz precisa.»
«Y éste arritranco te dice niña, llegarán tus tiempos, que quizás serán mejores, ¿quién sabe?; lo importante es que lleguen sin olvidos de tradiciones y costumbres. Pero ocurrirá que cosas se perderán por el camino, como prenda mal entongada en barreño se extravió; será nuestra labor ageitar pues, y que queden alumnos que no se los lleve el progreso, «pa» que sean ellos los que narren nuestras anécdotas, aunque fuesen por homenaje o festejo»
Cayó el sol y empezó a refrescar. La ropa se había secado entre las piedras, tuvimos que recogerla con mucho mimo, doblarla con esmero y delicadamente, pues era el último de los quehaceres, ya que no había plancha; era un lujo solo a manos del cacique.
Y ayudándonos a vestir unas a otras, con los vestidos recién lavados y aun oliendo a jabón, prestando sus manos entre ellas para cargarse los barreños que por el cansancio pesaban más ahora, nos dispusimos a reemprender el camino de vuelta, y como siempre, entre risas, alegatos y critiqueos…