Empezaré por el principio.
Hace ya cierto tiempo que mi espacio está rodeado de historias. La mía es simple. Suelo cubierto por bolas de papel me rodean. A veces juego con alguna. Hoy toca hacerlo, y ésta bola, va de cómo espacios amplios son prisiones para algunos y de cómo cortos rincones se convierten en grandes momentos de siempre.
De esperas para disfrutar de compañía.
No soy especial, más bien vulgar. Sin nada importante que destacar, tan solo mi encantadora simpatía. Rebozo de energía dispuesta siempre al juego, a la fiesta, al disfrute del espacio exterior.
Antes tenia un gran hogar bastante cómodo y familiar. No es que me importe haberlo perdido, en mi corta mente, con poco soy feliz, de hecho soy propietaria de cuatro objetos y un tesoro.
Ese espacio estaba diseñado para el placer y la comodidad con muchas tecnologías que ni comprendo ni comparto. Un televisor de última generación, una consola, un reproductor, una acogedora estufa eléctrica, de esas con termostato que cuando te calienta las patas, se apagan solas manteniendo la habitación en un entorno siempre cálido. Un sofisticado sofá que no está a mi alcance, estantes que abanderan grandes libros, lujosa habitación con amplia cama, baño completo de relucientes piezas, cocina equipada a la última, o como se dice hoy en día, “full equip”, llena de agradables aromas que alborotan mis glándulas.
¡Cárcel de amplios barrotes que atrapan los sentimientos!
Nada de ello me pertenece, solo lo disfrutaba.
Todo cambió un día. Desconozco la razón.
Ahora he pasado de amplio espacio a un corto pero intensamente desbordado rincón, por una pequeña y fría cocina sin olor a ese elemento saciador, un reducido baño que cumple con su lógica función y solitaria habitación atestada, que debo compartir, pues hasta el más mínimo espacio se pelea por estar ocupado y eso que no es mucho su contenido. Tan solo un sofá cama, una mesilla, pequeña estantería ubicada en la esquina del fondo donde menos estorbe y una gran mesa de trabajo que hace las veces de todo, llena de libros, portátil de baja generación, por no llamarlo viejo, cientos de papeles sin orden aparente, algún plato con restos cadavéricos de comida y un tarro de cristal rebosante de bolígrafos variopintos en su mayoría de bajo coste, propagandísticos y llenos de coloridos con los que mi dueña debe disfrutar un montón, pues no para de jugar con ellos.
Complementa la habitación mis cuatro objetos: una correa, mi collar, el saco de comida y la pequeña cama que a ras de suelo refugia mi cuerpo y desde la que observo como falta mi mayor tesoro, la estufa. Esa que arropa mi frío mientras espero la llegada de mi fiel y querida narradora, pues aunque son míos los pensamientos, es ella quien los libera.
Ahora soy feliz, estamos en compañía. Mi espacio es su llegada y con ella la calma pudiendo unificar su soledad conmigo con tan sólo una mirada y tal como comencé contando una historia, acabo la mía.
Antes era un mero objeto decorativo de porcelana, hoy soy tu perro.
Maribel Díaz.