Objetos que acompañan,
objetos que lucen,
objetos que llenan el laberinto del recuerdo,
que sustentan los años haciendo malabares de equilibrio
portando las imágenes al presente,…
…y estas ahí, olvidada,
tras el avance de los años.
Como mera decoración, esperas.
Esperas mientras el tiempo envejece tu estructura.
Cansada de ser la balanza que acrecentó los kilos a otros,
transportas en tus frágiles platos,
la compostura “apacientada”,
nivelando tu barra con la comparación en otro pesar.
Años recolectando frutos en el hueco de tu árbol,
como la ardilla con sus bellotas,
no has olvidado lustrar tu armazón cada día,
en el tejido perdido de tu memoria.
A orillas de una playa donde meditas,
acurrucas la pena en el sonido de las olas
y un gong te devuelve al estante presente de la espera.
Esperas, mientras aguardas la mano que acaricie de nuevo tus doradas piernas
y abra tu cáscara para devorar el fruto.
Como las nueces,
te has reafirmado con las grietas de la vida.
Ya no inclinas tus platos.
Ya no eres la misma.
Ambigüedad: serena lujuria.
No te abres con facilidad,
ni deseas pesos en tus bohemios pasos,
que descalzas en la arena fresca,
tras los muros de una casa,
que nostalgia su amor y no es ardilla, sin su bellota.
Quizás la prensa de tu acogedora sonrisa,
sujete la mano precisa,
que consiga de nuevo encender los maderos al hogar
y dar calor al sueño,
moldeando tu horizonte para perder la fría verticalidad
entre los párrafos de tu relato.
Un relato que narra quien eres y que dice:
siempre serás un “punto cardinal”.
Para Melania
M. D. (12.02.17)