¿Alguna vez te preguntas como me siento? Eres tan orgullosa, qué me da que no.
Mírala, otra vez dándose una vueltita, ¡y ese goteo constante!, que me aturde hasta las pipas.
Estoy harto de que me juzguen sin conocerme.
Ahí está, otra vez contoneándose, arriba y abajo. ¡Dichosa maquinita!
¿Quién habrá sido el imbécil que la inventó? Tengo más propiedades que tú.
(Anda envidioso)
No es envidia, chismosa. Pero es que dicen mi nombre, y ya se arripian.
(¡Qué no!, chino, no pienses así) (Al fin y al cabo somos familia)
Maldita arrogancia la tuya, ¡estúpida jugosa! ¿Qué familia ni qué jugos gástricos?
(Estás amarillo de la rabia)
La verdad, es que me escucho y parezco un machista algo ácido. Mejor no sigo mirando. Aunque sí le pongo ojitos, es resultona, la jodida… con ese color, sus curvas redondas tan perfectas, esa fragancia que llega hasta aquí.
(Te estas escuchando) (Estás loco por mis hoyuelos).
No, de eso nada. Estoy divagando porque me tienes mareado con tantas vueltas en la máquina, “y esto me lo digo muy bajito, para que no me oigas”: es que se me pela la cáscara por chupar esa gotita que se te escurre, pero estás demasiado lejos y no llega mi monda. No es “limón-nada”, lo que pienso, pero ¡joder!, el tamaño importa.
Maribel Díaz