LIPSIS

Conozco el olor de la tristeza,
siento cuando se aproxima
y sé de su forma.
He llegado hasta su vértice
para mirar dentro del abismo,
allí donde se suicidan las incautas lágrimas,
allí quedaron las mías:
se dejaron atrapar por las fugaces ondas
y las perdí.
Ya no tengo armas con las que apagar los incendios,
que habitan a las afueras.
¡Ya es tiempo de avivar este presente!
Sé de tormentosas soledades entre los lineales de una jeringuilla
y de cómo mis ojos se secan tras el descenso,
persiguiendo una gota programada.
Es simple cada comienzo,
sólo hay que aceptar que te programen las mañanas,
entre las agujas de los pinos verdes.
Un gran bosque extendido a lo lejos
y no hay sombra, no hay donde asirte,
porque lo arrasa el infierno,
que llevo dentro.
No hay refugio en los refugios
y los animales huyen hasta el vértice,
pero esperan a que pase la confusión,
a que pase la impaciente mano,
que pasea los fines de ti,
mientras aquí,
sigue habiendo rescoldos organizados en murallas,
dispuestos a incendiar las anclas.
Ya no quieren reformas externas ni diques de contención,
no quieren ser cubiertos por las cenizas,
necesitan renacer de su propio incendio.
¡Qué importa sí perecen los frutos de los pinos verdes!
¡Qué importa sí abrasan sus cáscaras y no germinan!
No hay salvación para los frutos podridos,
muchos están condenados por sus propios parásitos,
devorados desde el interior,
huecos, vacíos, muertos…
…las arrugas de la piel nunca mienten
y por más que busquen reflejarse entre las ondas,
no queda agua,
en la desierta tristeza.

Maribel Díaz ®

Fotografía de José Luis

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