¿Quién dijo que el alma no pesa?
¿Quién dijo que es etérea?
¿Que no se la ve?
¿Que no se la siente?
La mía pesa treinta razones de mandamientos
y me da pereza confesar
pero asolan dejándome herida.
La ruptura
la locura
la culpa
el dolor.
No son pecados que sigan la regla
quizás la pereza para abandonar este rencor
y no entiendo como nada fue nada, y duró
treinta razones de peso
que hacen mortal mi alma.
© Del poemario Línea perpendicular de mi pecho (pag. 18)