Hace tiempo que no duermo bien, pero no me preocupa, lo aprovecho para escribir. Esta es la historia 332 del quinto diario que comienzo, a uno por año desde el diagnóstico de cáncer de mama. De todas las terapias que me han acompañado, la jardinería de verduras es la única natural que queda conmigo. Me llamo Flor y no, no soy una flor, solo una mujer que se pregunta qué pensaba mi madre al elegir ese nombre y dónde dejo olvidadas las gafas. La demás cuestiones las he resuelto viviendo el momento y para largo plazo, las cosechas. Narro las heridas de mi cuerpo, los cambios de carácter, las emociones: miedo, angustia, esperanza, dolor, enojo, tristeza y no soy un pecho, llorar, gritar, soledad, recurrencia, y soy mujer, respirar…, desde la cicatriz de mi pecho hasta la punta del dedo gordo del pie, y son cinco extremidades a cada lado, las que me sostienen a diario, aunque han sudado pus en las visitas a la quinta planta, ahora brillan luciendo su polen. Estreno zapatos, altos, de aguja, pero estas no se clavan en mí. No, esta vez soy yo la que pisa fuerte y clava en la tierra, a pecho abierto, sin herida sangrante, sin seno que te alimente porque ya eres pasado; soy la que se despide, de las vecinas del quinto, de las batas sin rulos, de los carros de sueros, de los 200 beep de la bomba de infusión, de los lazos rosas y de la cartulina, aunque ahora que lo pienso, queda una cuadrícula por «RE-llenar-brotar-nacer-aspirar…, RESPIRAR,
(Colaboración en el libro «La flor herida»donde las ganancias por la venta de ejemplares fue donado a la Asociación Canaria de Cáncer de Mama y Ginecológico)
Maribel Díaz
